hoy he leido en la página de rebelión.org un artículo que me ha parecido muy interesante, referido a los nuevos usos de los biocombustibles.
Los biocombustibles podrían matar más personas que la guerra de Iraq
George Monbiot
The guardian
No hay locura semejante. Una hambruna asola Swazilandia, que está recibiendo ayuda alimentaria urgente. El cuarenta por ciento de sus habitantes se enfrenta a graves situaciones de escasez de alimentos. ¿Y qué es lo que el Gobierno ha decidido exportar? Biocombustible hecho a partir de un cultivo de uno de sus alimentos básicos, la mandioca (1). El Gobierno ha asignado varias miles de hectáreas de tierra cultivable a la producción de etanol en el condado de Lavumisa, que resulta ser el lugar más duramente castigado por la sequía (2). Seguramente sería más rápido, y más humano, refinar a los habitantes del país y meterlos en nuestros depósitos. Sin duda, un equipo de asesores para el desarrollo estarán haciendo ya las sumas.
Es uno de los numerosos ejemplos de un comercio descrito el mes pasado por Jean Ziegler, informador especial de la ONU, como “un crimen contra la humanidad” (3). Ziegler aceptó la petición hecha por primera vez en esta columna de una moratoria de cinco años en todos los incentivos y propuestas gubernamentales para el biocombustible (4): el comercio debería congelarse hasta que estuvieran comercialmente disponibles los combustibles de segunda generación, hechos a partir de madera, paja o desperdicios. En caso contrario, el superior poder adquisitivo de los conductores del mundo rico significaría que les quitarían la comida de la boca a los pobres. Si movemos nuestros coches con biocombustible virgen otras personas morirán de hambre.
Incluso el Fondo Monetario Internacional, siempre dispuesto a inmolar a los pobres en el altar de los negocios, advierte ahora que usar los alimentos para producir biocombustibles “podría forzar todavía más los suministros ya escasos de tierra cultivable y de agua en todo el mundo, impulsando todavía más las subidas de precios” (5). Esta semana la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación anunciará el nivel más bajo de reservas mundiales de alimentos en 25 años, amenazando con lo que llama “una crisis muy grave” (6). Incluso cuando el precio de los alimentos era bajo, 850 millones de personas seguían hambrientas porque no podían comprarlos. Con cada incremento en el precio de la harina o los cereales se empuja a varios millones de personas a estar por debajo de la línea de compra del pan.
El coste del arroz ha subido un 20% el año pasado; el del maíz, un 50%; el del trigo, un 100% (7). Los biocombustibles no tienen toda la culpa —al quitar tierra que estaba dedicada a la producción de alimentos, exacerban los efectos de las malas cosechas y suben la demanda—, pero casi todas las agencias importantes advierten ahora contra la expansión. Y casi todos los gobiernos importantes las ignoran.
Apartan la mirada, porque los biocombustibles les ofrecen un medio de evitar decisiones políticas duras. Crean la impresión de que los gobiernos pueden reducir las emisiones de carbono y —como anunció Ruth Kelly, ministra británica de Transportes, la semana pasada (8) — seguir ampliando las redes de transportes. Las nuevas cifras muestran que los conductores británicos sobrepasaron el año pasado la marca de los 500 mil millones de kilómetros (9). Pero eso no importa: solamente necesitamos cambiar el combustible que usamos. No hay que enfrentarse a nadie. Las demandas del lobby del motor y los grupos de presión que piden clamorosamente nuevas infraestructuras se podrán satisfacer. Seguimos sin oír a las personas que son expulsadas de sus tierras.
En principio, quemar biocombustibles simplemente libera el carbono que acumularon cuando las plantas estaban creciendo. Incluso si tenemos en cuenta los costes energéticos de la cosecha, el refinado y el transporte del combustible, producen menos carbono neto que los productos petrolíferos. La ley que aprobó el gobierno británico hace quince días —En el año 2010, el 5% del combustible usado para el transporte por carretera procederá de cultivos (10) — ahorrará, dicen, entre 700.000 y 800.000 toneladas de carbono al año (11). Analicemos esta cifra enmarcado la cuestión cuidadosamente. Si solamente contamos los costes de carbono inmediatos de la plantación y procesado de los biocombustibles, parece que ahorramos gases de efecto invernadero. Pero si examinamos el impacto total, causan más calentamiento que el petróleo.
Un reciente estudio del premio Nobel Paul Crutzen muestra que las estimaciones oficiales ignoran la contribución de los fertilizantes de nitrógeno. Generan un gas de efecto invernadero, el óxido nitroso, que es 296 veces más potente que el CO2. Por sí solas, estas emisiones aseguran que el etanol del maíz causa entre 0,9 y 1,5 veces tanto calentamiento como el petróleo, mientras que el aceite de colza (el origen de más del 80% del biodiesel del mundo) genera entre 1 y 1.7 veces el impacto del diesel (12). Esto es antes de tener en cuenta los cambios en el uso de la tierra.
Un estudio publicado en Science hace tres meses sugiere que la protección de la tierra sin cultivar ahorra, en 30 años, entre dos y nueve veces las emisiones de carbono que podrían evitarse arándola y plantando biocombustibles(13). El año pasado, el grupo de investigación LMC International calculó que si el objetivo británico y europeo de un 5% de contribución de los biocombustibles fuera adoptado por el resto del mundo, la superficie mundial de tierra cultivada se expandiría en un 15%(14). Eso significa el final de la mayoría de los bosques tropicales, lo que desbocaría el cambio climático.
El gobierno británico afirma que se esforzará por garantizar en el Reino Unido únicamente se usarán “los biocombustibles más sostenibles” (15). No tiene medios de cumplir este objetivo: admite que tratar de hacer una imposición romperías las reglas del comercio mundial (16). Pero aunque se pudiera obligar a la “sostenibilidad”, ¿qué significa eso exactamente? Por ejemplo, se podría prohibir el aceite de palma en las nuevas plantaciones. Es el tipo más destructivo de biocombustible, que ha producido la deforestación en Malasia e Indonesia. Pero la prohibición no cambiaría nada. Como comentó Carl Bek-Nielsen, vicepresidente de United Plantations Bhd en Malasia, “incluso si otro aceite entra en el biodiesel, ese otro necesita ser sustituido. De cualquier modo, va a haber un vacío y el aceite de palma puede llenar ese vacío” (17). Las repercusiones causarán la destrucción que se está intentando evitar. El único biocombustible sostenible es el aceite reciclado, pero los volúmenes disponibles son pequeños (18).
En este punto, la industria del biodiesel empieza a gritar ¡”Jatrofa”! Todavía no es un emblema, pero pronto lo será. La jatrofa es una hierba con semillas oleaginosas que crece en las zonas tropicales. Este verano, Bob Geldof, que no pierde nunca una oportunidad de promover soluciones simplistas para los problemas complejos, llegó a Swazilandia como “asesor especial” de una empresa de biocombustibles. Afirmó que como puede crecer en tierras marginales, la jatrofa es una planta que cambia la vida, que ofrecerá puestos de trabajo, cultivos que den dinero y capacidad económica a los pequeños terratenientes africanos (19).
Si los gobiernos que promueven los biocombustibles no cambian sus políticas, el impacto humanitario será superior al de la guerra de Iraq. Millones de personas serán desplazadas, otros cientos de millones podrían pasar hambre. Este crimen contra la humanidad es complejo, pero eso ni lo reduce ni lo excusa. Si la gente muere de hambre por causa de los biocombustibles, Ruth Kelly y sus iguales los habrán matado. Como siempre, todos esos crímenes son perpetrados por los cobardes que atacan a los débiles para no tener que enfrentarse a los fuertes.
Artículo original:
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
esto es así porque a la industria capitalista no le interesa desarrollar otras fuentes alternativas
Publicar un comentario