jueves, 15 de noviembre de 2007

marine de vuelta de Irak

entrevista a un marine que ha publicado un libro en la feria del libro de Caracas, que he visto en Rebelion.org y que merece la pena leer.
Jimmy Massey, ex marine que peleó en Iraq
“He sido un asesino psicópata”


Rosa Miriam Elizalde
Rebelión
Durante casi 12 años el sargento Jimmy Massey fue un marine de corazón duro. En marzo del 2003, llegó a Iraq con las tropas invasoras y dirigió a 45 hombres que no dudaron en matar a civiles inocentes. En estos días, Massey participa en la Feria del Libro de Caracas, donde presenta su libro Cowboys de Infierno, un crudo testimonio del genocidio que EE.UU. comete contra el pueblo iraquí


“Tengo 32 años y soy un asesino psicópata entrenado. Las únicas cosas que sé hacer es venderle a los jóvenes la idea de enrolarse en los marines y matar. Soy incapaz de conservar un trabajo. Para mí los civiles son despreciables, retrasados mentales, unos débiles, una manada de ovejas. Yo soy su perro pastor. Soy un depredador. En el Ejército me llamaban ‘Jimmy el Tiburón’.”

Este es el segundo párrafo del libro escrito hace tres años por Jimmy Massey, con la ayuda de la periodista Natasha Saulnier, que se está presentando en la Feria del Libro de Caracas. Cowboys de Infierno es el relato más violento que se haya escrito hasta ahora de la experiencia de un ex miembro del Cuerpo de Marines, uno de los primeros en llegar a Iraq durante la invasión del 2003 y que decidido a contar todas las veces que sean necesarias qué significa haber sido por 12 años un despiadado marine y por qué lo cambió la guerra.

Jimmy asiste como panelista al taller principal de la Feria, que tiene un título polémico: “Estados Unidos, la Revolución posible”, y su testimonio ha sido quizás el de mayor impacto en la audiencia. Lleva el pelo con un corte militar, espejuelos oscuros, camina con aires marciales y sus brazos están completamente tatuados. Parece exactamente lo que era: un marine. Cuando habla es otra cosa: alguien profundamente marcado por una aterradora experiencia que intenta evitarle a otros jóvenes incautos. Como asegura en su libro, no ha sido el único que mató en Iraq: esta fue una práctica constante entre sus compañeros. Cuatro años después de dejar la guerra, todavía vive perseguido por las pesadillas.


-¿Qué significan todos esos tatuajes?

-Tengo muchos. Me los hice en el Ejército. En la mano (señala la zona entre los dedos pulgar y anular), el logo de Blackwater, el ejército mercenario que fue fundado donde yo nací, en Carolina del Norte. Me lo hice en un acto de resistencia, porque los marines tienen prohibido tatuarse la zona que va de las muñecas a las manos. Un día los integrantes de mi pelotón nos emborrachamos y todos nos hicimos el mismo tatuaje: un cowboy de ojos inyectados en sangre sobre varias ases, que representan la muerte. Quiere decir exactamente eso que estás pensando: “mataste a alguien”. En el brazo derecho, el símbolo de los marines, con la bandera norteamericana y la Texas, donde me enrolé en el Ejército. En el pecho, del lado izquierdo, un dragón chino que desgarra la piel y significa que el dolor es la debilidad escapándose del cuerpo. Lo que no nos mata nos hace más fuerte.

-¿Por qué dijo que en el Cuerpo de Marines encontró las peores personas que usted ha conocido en su vida?

-Estados Unidos solo tiene dos maneras de usar a los marines: para tareas humanitarias y para asesinar. En los 12 años que yo pasé en el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos jamás participé en misiones humanitarias.

-Antes de ir a Iraq usted reclutaba a jóvenes para que ingresaran en el Ejército. ¿Qué significa ser un reclutador en Estados Unidos?

-Ser un mentiroso. La administración Bush ha forzado a la juventud norteamericana para que se enrole en el Ejército y lo que básicamente hace –y yo hice también- es tratar de ganar gente con incentivos económicos. Durante tres años recluté a 74 personas, que nunca me dijeron que querían entrar en el Ejército para defender al país ni argumentaron ninguna razón patriótica. Querían recibir dinero para ir a una universidad u obtener un seguro de salud. Y yo les describía primero todas esas ventajas y solo al final les hablaba de que iban a servir a la patria. Jamás recluté al hijo de un rico. Para mantener el trabajo, los reclutadores no podíamos tener escrúpulos.

-Ahora el Pentágono ha relajado más los requisitos para entrar al Ejército. ¿Qué significa eso?

-Los estándares para el reclutamiento han descendido enormemente, porque casi nadie quiere enrolarse. Ya no es un impedimento tener problemas mentales ni antecedentes criminales. Pueden ingresar personas que han cometido felonías, es decir que han sido sentenciadas a más de un año de cárcel, lo que se considera un delito serio. Pueden ingresar muchachos que no han terminado los estudios preuniversitarios. Si pasan la prueba mental, ingresan.

-Usted cambió después de la guerra, pero ¿qué sentimientos tenía antes?

-Yo era como otro soldado cualquiera, que creía en lo que le decían. Sin embargo, desde que estaba reclutando comencé a sentirme mal: como reclutador tenía que mentir todo el tiempo.

-Sin embargo, creyó que su país se enrolaba en una guerra justa contra Iraq.

-Sí. Los reportes de inteligencia que recibíamos decían que Saddan tenía armas de destrucción masiva. Después descubrimos que todo era mentira.

-¿Cuándo se enteró que lo habían engañado?

-En Iraq, a donde llegué en marzo de 2003. A mi pelotón le tocó ir a los lugares que habían sido del Ejército iraquí y vimos miles y miles de municiones en cajas que llevaban la etiqueta norteamericana y estaban ahí desde que los Estados Unidos ayudaban al gobierno de Saddan en guerra contra Irán. Vi cajas con la bandera norteamericana y hasta tanques de EE.UU. Mis marines –yo era sargento de categoría E6, un rango superior al sargento, y dirigía a 45 marines- me preguntaban por qué había municiones de nuestro país en Iraq. No entendían. Los informes de la CIA afirmaban que Salmon Pac era un campo de terroristas y que íbamos a encontrar armas químicas y biológicas. No encontramos nada. En ese momento empecé a pensar que nuestra misión realmente era el petróleo.

-Las líneas más perturbadoras de su libro son esas donde usted se reconoce como asesino psicópata. ¿Puede explicar por qué lo dice?

-He sido un asesino psicópata porque me entrenaron para matar. No nací con esa mentalidad. Fue el Cuerpo de Infantería de Marina quien me educó para que fuera un gangster de las corporaciones estadounidenses, un delincuente. Me entrenaron para cumplir ciegamente la orden del Presidente de Estados Unidos y traerle a casa lo que él pidiera, sin reparar en ninguna consideración moral. Yo era un psicópata porque nos ensañaron a disparar primero y a preguntar después, como lo haría un enfermo y no un soldado profesional que solo debe enfrentar a otro soldado. Si había que matar a mujeres y a niños, lo hacíamos. Por tanto, no éramos soldados, sino mercenarios.

-¿Qué experiencia exactamente le hizo a usted llegar a esa conclusión?

Hubo varias. Nuestro trabajo era ir a determinadas áreas de las ciudades y ocuparnos de la seguridad en las carreteras. Hubo un incidente en particular -y muchos más- que realmente me llevó hasta el borde del precipicio. Afectó a un coche que llevaba civiles iraquíes. Todos los informes de inteligencia que nos llegaban decían que los carros iban cargados con bombas y explosivos. Esa era la información que recibíamos de la inteligencia. Los carros llegaban a nuestros controles y hacíamos algunos disparos de advertencia; cuando no detenían su marcha a la velocidad que indicábamos, disparábamos sin contemplaciones.

-¿Con las ametralladoras?

-Sí. Esperábamos que hubiera explosiones al acribillar cada vehículo. Pero nunca oímos nada. Luego abríamos el carro y ¿qué encontrábamos?: muertos o heridos, y ni una sola arma, ninguna propaganda de Al Qaeda, nada. Salvo civiles en el lugar equivocado y en el momento equivocado.

-Usted también relata cómo su pelotón ametralló una manifestación pacífica. ¿Es así?

-Sí. En los alrededores del Complejo Militar de Rasheed, al sur de Bagdad, cerca del río Tigris. Había manifestantes al final de la calle. Eran jóvenes y no tenían armas. Y cuando avanzamos había ya un tanque que estaba aparcado a un lado de la calle. El conductor del tanque nos dijo que eran manifestantes pacíficos. Si los iraquíes hubieran querido hacer algo podían haber volado el tanque. Pero no lo hicieron. Sólo estaban manifestándose. Eso nos hizo sentirnos bien porque pensamos: "Si fueran a dispararnos, lo habrían hecho ya". Ellos estaban como a 200 metros de nuestro retén.
-¿Quién dio la orden de ametrallar a los manifestantes?

-Del alto mando nos dijeron que no perdiéramos de vista a los civiles porque muchos fedayines (combatientes) de la Guardia Republicana se habían quitado los uniformes, se habían puesto ropas de civiles y estaban desencadenando ataques terroristas contra los soldados estadounidenses. Los informes de inteligencia que nos daban eran conocidos básicamente por cada miembro de la cadena de mando. Todos los marines teníamos muy clara la estructura de la cadena de mando que se organizó en Iraq. Yo creo que la orden de disparar a los manifestantes vino de altos funcionarios de la Administración, eso incluía tanto a los centros de inteligencia militar como gubernamental.


-¿Usted qué hizo?

-Yo regresé a mi vehículo, un humvee (un jeep altamente equipado) y escuché un tiro por encima de mi cabeza. Mis marines empezaron a disparar y yo también. No nos devolvieron ningún disparado, mientras que yo había disparado 12 veces.

Quise asegurarme de que habíamos matado según las normas de combate de la convención de Ginebra y los procedimientos operativos reglamentarios. Intenté olvidarme de sus caras y busqué las armas, pero no había ninguna.

-¿Y sus superiores cómo reaccionaron?

-Me dijeron que “la mierda ocurre”.

-Cuando sus compañeros se enteraron que habían sido engañados, ¿cómo reaccionaron?

-Yo era segundo en el mando. Mis marines me preguntaban por qué estábamos matando a tantos civiles. “¿Tú puedes hablar con el teniente?”, me preguntaron. “Diles que tiene que haber retenes adecuados, preparados por los ingenieros de combate”. La respuesta fue: “No”. En el momento en que los marines descubrieron que era una gran mentira, enloquecieron más.

Nuestra primera misión en Iraq no fue para dar apoyo humanitario, como decían los medios, sino para asegurar los campos petroleros de Bassora. En la ciudad de Karbala usamos la artillería por 24 horas. Fue la primera ciudad que atacamos. Yo pensé que íbamos a darle ayuda médica y alimenticia a la población. No. Seguimos de largo hasta los campos petroleros. Antes de llegar a Iraq, estuvimos en Kuwait. Llegamos en enero de 2003 y nuestros vehículos estaban llenos de comida y medicina. Le pregunté al teniente qué íbamos a hacer con los suministros, pues apenas cabíamos nosotros con tantas cosas dentro. Me dijo que su capitan le había ordenado dejar todo en Kuwait. Poco después nos dieron la orden de quemarlo todo: alimentos y suministros médicos humanitarios.

-Usted también ha denunciado el uso del uranio empobrecido

-Tengo 35 años y sólo conservo el 80 por ciento de mi capacidad pulmonar. Me han diagnosticado una enfermedad degenerativa de la columna vertebral, fatiga crónica y dolor en los tendones. Antes, todos los días corría 10 kilómetros por puro placer, y ahora solo puedo caminar entre 5 y 6 km todos los días. Tengo temor de tener niños por eso. Mi cara está inflamada. Mira esta foto (me muestra la imagen que aparece en la credencial de la Feria del Libro), me la tomaron poco después de regresar de Iraq. Parezco un Frankenstein. Todo eso se lo debo al uranio empobrecido, ahora imagínate lo que estará pasando con la gente en Iraq.

-¿Qué ocurrió cuando regresó a Estados Unidos?

-Me trataron como un loco, un cobarde, un traidor.


-Sus superiores han dicho que es mentira todo lo que ha contado.

-La evidencia contra ellos es abrumadora. El Ejército norteamericano esta agotado. Mientras más tiempo dure esta guerra, más posibilidades habrá de que mi verdad aparezca.

-El libro que usted ha presentado en Venezuela está editado en español y en francés. ¿Por qué no se ha publicado en Estados Unidos?

-Las editoriales han exigido que elimine los nombres reales de las personas que están involucradas en su historia y que presente la guerra en Iraq como envuelta en una neblina, menos crudamente. No estoy dispuesto a hacerlo. Editoriales como New Press, supuestamente de izquierda, se negaron a publicarlo porque temían verse envueltas en un pleito presentado por la gente involucrada en el libro.

-¿Por qué medios como The New York Times y The Washington Post jamás reprodujeron su testimonio?

- Yo no repetía el cuento oficial, de que las tropas estaban en Iraq para ayudar al pueblo, ni repetía que los civiles morían por accidente. Me negué a decir eso. No había visto ningún disparo accidental contra los iraquíes y me negué a mentir.

-¿Ha cambiado esa actitud?

-No. Lo que han hecho es incorporar opiniones y libros de personas con objeciones de conciencia: que están contra la guerra en general o que participaron en la guerra, pero no tuvieron este tipo de experiencia. Se resisten todavía a mirar de frente la realidad.

-¿Tiene fotografías o documentos que prueben lo que usted nos ha contado?

-No. Me quitaron todas mis pertenencias, cuando me ordenaron regresar a Estados Unidos. Regresé de Iraq solo con dos armas: mi mente y un cuchillo.

-¿Habrá alguna salida a corto plazo para la guerra?

-No. Lo que veo es una misma política entre demócratas y republicanos. Son la misma cosa. La guerra es un negocio para ambos partidos, que dependen del Complejo Militar Industrial. Necesitamos un tercer partido.

-¿Cuál?

-El del socialismo.

-Usted ha participado en un taller cuyo título es “Estados Unidos: La Revolución es posible”. ¿Cree que realmente que habrá revolución en EE.UU.?

-Ya comenzó. En el sur, donde yo nací.

-Pero esa ha sido tradicionalmente la zona más conservadora del país.

-Después del Katrina eso cambió. Nueva Orleáns se parece a Bagdad. La gente del sur está indignada y se pregunta todos los días cómo es posible que se atrevan a invertir en una guerra inútil y en Bagdad, cuando no lo han hecho en Nueva Orleans. Recuerda también que en el Sur se inició la primera gran rebelión del país.

-¿Iría usted a Cuba?

-Admiro a Fidel y al pueblo de Cuba y por supuesto, si me invitan, yo iré a la Isla. No me importa qué me diga mi gobierno. Nadie controla a dónde yo voy.

-¿Sabe usted que el símbolo del desprecio imperial hacia nuestra nación es una fotografía de marines mientrs orinaban sobre la estatua de José Martí, el Héroe de nuestra Independencia?

-Si, lo sé. En el Cuerpo de Marines nos hablaban de Cuba como una colonia de los Estados Unidos y nos ensañaron algo de Historia. Parte de la formación de un marine es aprender algunas cosas de los países que habrá que invadir, como dice la canción.

-¿La canción de los marines?

-(Canta) From the halls of Montezuma, to the shores of Tripoli… (Desde las salas de Montezuma hasta las playas de Trípoli...)

-Es decir, los marines quieren estar en todo el mundo.

-El sueño es dominar al mundo…, aunque por el camino nos conviertan a todos en asesinos.

………………





Jimmy Massey es actualmente uno de los principales activistas de la organización Veteranos de Iraq contra la guerra (Iraq Veterans Against the War, IVAW)

hola amigos

hola, soy salvaje, no el salvaje.....

sale-vale

es el nombre de un grupo de FPO de Granada, que están recibiendo un curso de metodología didáctica....
estamos aprendiendo a blogear.....
os saludo........

video grupo de expertos

miércoles, 14 de noviembre de 2007

esto es el capitalisma


en rebelión.org sale esta imagen, que creo que no tiene comentario....

nueva demanda de biocombustibles

hoy he leido en la página de rebelión.org un artículo que me ha parecido muy interesante, referido a los nuevos usos de los biocombustibles.


Los biocombustibles podrían matar más personas que la guerra de Iraq


George Monbiot
The guardian




No hay locura semejante. Una hambruna asola Swazilandia, que está recibiendo ayuda alimentaria urgente. El cuarenta por ciento de sus habitantes se enfrenta a graves situaciones de escasez de alimentos. ¿Y qué es lo que el Gobierno ha decidido exportar? Biocombustible hecho a partir de un cultivo de uno de sus alimentos básicos, la mandioca (1). El Gobierno ha asignado varias miles de hectáreas de tierra cultivable a la producción de etanol en el condado de Lavumisa, que resulta ser el lugar más duramente castigado por la sequía (2). Seguramente sería más rápido, y más humano, refinar a los habitantes del país y meterlos en nuestros depósitos. Sin duda, un equipo de asesores para el desarrollo estarán haciendo ya las sumas.

Es uno de los numerosos ejemplos de un comercio descrito el mes pasado por Jean Ziegler, informador especial de la ONU, como “un crimen contra la humanidad” (3). Ziegler aceptó la petición hecha por primera vez en esta columna de una moratoria de cinco años en todos los incentivos y propuestas gubernamentales para el biocombustible (4): el comercio debería congelarse hasta que estuvieran comercialmente disponibles los combustibles de segunda generación, hechos a partir de madera, paja o desperdicios. En caso contrario, el superior poder adquisitivo de los conductores del mundo rico significaría que les quitarían la comida de la boca a los pobres. Si movemos nuestros coches con biocombustible virgen otras personas morirán de hambre.

Incluso el Fondo Monetario Internacional, siempre dispuesto a inmolar a los pobres en el altar de los negocios, advierte ahora que usar los alimentos para producir biocombustibles “podría forzar todavía más los suministros ya escasos de tierra cultivable y de agua en todo el mundo, impulsando todavía más las subidas de precios” (5). Esta semana la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación anunciará el nivel más bajo de reservas mundiales de alimentos en 25 años, amenazando con lo que llama “una crisis muy grave” (6). Incluso cuando el precio de los alimentos era bajo, 850 millones de personas seguían hambrientas porque no podían comprarlos. Con cada incremento en el precio de la harina o los cereales se empuja a varios millones de personas a estar por debajo de la línea de compra del pan.

El coste del arroz ha subido un 20% el año pasado; el del maíz, un 50%; el del trigo, un 100% (7). Los biocombustibles no tienen toda la culpa —al quitar tierra que estaba dedicada a la producción de alimentos, exacerban los efectos de las malas cosechas y suben la demanda—, pero casi todas las agencias importantes advierten ahora contra la expansión. Y casi todos los gobiernos importantes las ignoran.

Apartan la mirada, porque los biocombustibles les ofrecen un medio de evitar decisiones políticas duras. Crean la impresión de que los gobiernos pueden reducir las emisiones de carbono y —como anunció Ruth Kelly, ministra británica de Transportes, la semana pasada (8) — seguir ampliando las redes de transportes. Las nuevas cifras muestran que los conductores británicos sobrepasaron el año pasado la marca de los 500 mil millones de kilómetros (9). Pero eso no importa: solamente necesitamos cambiar el combustible que usamos. No hay que enfrentarse a nadie. Las demandas del lobby del motor y los grupos de presión que piden clamorosamente nuevas infraestructuras se podrán satisfacer. Seguimos sin oír a las personas que son expulsadas de sus tierras.

En principio, quemar biocombustibles simplemente libera el carbono que acumularon cuando las plantas estaban creciendo. Incluso si tenemos en cuenta los costes energéticos de la cosecha, el refinado y el transporte del combustible, producen menos carbono neto que los productos petrolíferos. La ley que aprobó el gobierno británico hace quince días —En el año 2010, el 5% del combustible usado para el transporte por carretera procederá de cultivos (10) — ahorrará, dicen, entre 700.000 y 800.000 toneladas de carbono al año (11). Analicemos esta cifra enmarcado la cuestión cuidadosamente. Si solamente contamos los costes de carbono inmediatos de la plantación y procesado de los biocombustibles, parece que ahorramos gases de efecto invernadero. Pero si examinamos el impacto total, causan más calentamiento que el petróleo.

Un reciente estudio del premio Nobel Paul Crutzen muestra que las estimaciones oficiales ignoran la contribución de los fertilizantes de nitrógeno. Generan un gas de efecto invernadero, el óxido nitroso, que es 296 veces más potente que el CO2. Por sí solas, estas emisiones aseguran que el etanol del maíz causa entre 0,9 y 1,5 veces tanto calentamiento como el petróleo, mientras que el aceite de colza (el origen de más del 80% del biodiesel del mundo) genera entre 1 y 1.7 veces el impacto del diesel (12). Esto es antes de tener en cuenta los cambios en el uso de la tierra.

Un estudio publicado en Science hace tres meses sugiere que la protección de la tierra sin cultivar ahorra, en 30 años, entre dos y nueve veces las emisiones de carbono que podrían evitarse arándola y plantando biocombustibles(13). El año pasado, el grupo de investigación LMC International calculó que si el objetivo británico y europeo de un 5% de contribución de los biocombustibles fuera adoptado por el resto del mundo, la superficie mundial de tierra cultivada se expandiría en un 15%(14). Eso significa el final de la mayoría de los bosques tropicales, lo que desbocaría el cambio climático.

El gobierno británico afirma que se esforzará por garantizar en el Reino Unido únicamente se usarán “los biocombustibles más sostenibles” (15). No tiene medios de cumplir este objetivo: admite que tratar de hacer una imposición romperías las reglas del comercio mundial (16). Pero aunque se pudiera obligar a la “sostenibilidad”, ¿qué significa eso exactamente? Por ejemplo, se podría prohibir el aceite de palma en las nuevas plantaciones. Es el tipo más destructivo de biocombustible, que ha producido la deforestación en Malasia e Indonesia. Pero la prohibición no cambiaría nada. Como comentó Carl Bek-Nielsen, vicepresidente de United Plantations Bhd en Malasia, “incluso si otro aceite entra en el biodiesel, ese otro necesita ser sustituido. De cualquier modo, va a haber un vacío y el aceite de palma puede llenar ese vacío” (17). Las repercusiones causarán la destrucción que se está intentando evitar. El único biocombustible sostenible es el aceite reciclado, pero los volúmenes disponibles son pequeños (18).

En este punto, la industria del biodiesel empieza a gritar ¡”Jatrofa”! Todavía no es un emblema, pero pronto lo será. La jatrofa es una hierba con semillas oleaginosas que crece en las zonas tropicales. Este verano, Bob Geldof, que no pierde nunca una oportunidad de promover soluciones simplistas para los problemas complejos, llegó a Swazilandia como “asesor especial” de una empresa de biocombustibles. Afirmó que como puede crecer en tierras marginales, la jatrofa es una planta que cambia la vida, que ofrecerá puestos de trabajo, cultivos que den dinero y capacidad económica a los pequeños terratenientes africanos (19).

Si los gobiernos que promueven los biocombustibles no cambian sus políticas, el impacto humanitario será superior al de la guerra de Iraq. Millones de personas serán desplazadas, otros cientos de millones podrían pasar hambre. Este crimen contra la humanidad es complejo, pero eso ni lo reduce ni lo excusa. Si la gente muere de hambre por causa de los biocombustibles, Ruth Kelly y sus iguales los habrán matado. Como siempre, todos esos crímenes son perpetrados por los cobardes que atacan a los débiles para no tener que enfrentarse a los fuertes.

Artículo original:

saludo a mi hermana cristina

hola guapa.... ya no está tan lejos Granada de Peligros....

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